Un kilo de pan.

¡No es nada!Se levantó rápido mientras sacudía su pantalón empolvado. Miró el agujerito que dejaba vislumbrar un raspadura en su rodilla izquierda.
¡cómo ardía! ,pero apretó el ceño y solo lograron salir tres lágrimas.La mayoría de los niños ante un hecho similar chillan y piden por su madres (que no tardarían ni medio segundo en socorrerlos).Pero Leandro no era igual ,no solía llorar y eso era algo soprendente considerando que solo tiene seis años.
Luego del tropezón ,siguió caminando. Saludó a su vecina de enfrente que regaba la vereda . Leandro estaba yendo al kiosco para comprar un kilo de pan , quedaba a pocas casas de la suya, pero ir al kiosco significaba salir a la ciudad , a ese mundo que veía por la ventana o por televisión. Esa poca distancia eran kilómetros de novedad. Que su madre lo mandara a comprar significaba que había crecido, era grande y podia llevar plata, salir a la calle y comprarle a la señora rara del kiosco.

:- Dice mi mama que me de un kilo de pan.

Con los veinte centavos que le sobraron ,compró dos caramelos que los comió atoradamente mientras volvía con una sonrisa de oreja a oreja a su casa.

Se prendió al timbre y su madre tardó en abrir la puerta. Justo antes de entrar tropezó con un escalón y nuevamente su rodilla se raspó. El dolor era más intenso que hace un rato , pero ahora Leandro estaba enfrente de su madre, levantó los ojos aguantando como esperando que ella le diera el consuelo y asi , el anciado permiso de llorar.

Ella:- ¡Levantate no vayas a llorar!,...ya estas grande para esas cosas.

Se paró y sacudió sus rodillas. Se tragó el llanto tan desesperadamente como esos dos caramelos.

Ella :- y el vuelto?

El :- No me sobro...

Leandro ya estaba aprendiendo a ser grande.

El segundo intento.

Cerró la puerta con llave esta sería la segunda vez que Joaquín haría el intento, estaba en su habitación acostado mirando el techo. La pregunta giraba en su cabeza, no entendía como aquella vez no lo había logrado. Volvió a pensar lo de siempre: tal vez había sido una señal del destino, quizás el se estaba equivocando…como tantas veces, se replicó.
Estaba seguro constantemente, tenia la certeza la mayoría del tiempo. Sin embrago, al igual que la otra vez, una duda o el sutil miedo de la adrenalina lo invitaban a desistir.
Esta vez no fallaría. No había nadie en la casa: su madre estaba dando clases, su hermana había ido a la peluquería y su padre no estaba, nunca estuvo.
Había desconectado el teléfono, apagado el celular y cerrado la puerta con llave (ya no se olvidaría del detalle que la primera vez había atentado con el resultado).
Estoy listo se repetía.
Seguía mirando hacia arriba y se reprochaba como la vez anterior no se había percatado de aquella madera que cruzaba de un costado a otro el techo en pico de su habitación.
Recordaba a sus amigos, su familia. Aparecían flash en su mente de todos los momentos vividos. Se sentía aun más infeliz.
De nuevo apareció la escena pasada: todo había estado tan calculado, se repetía la misma situación. Joaquín en su pieza con la decisión en sus manos. El método fue diferente: consistió en preparar un coctel de pastillas que comenzó a activarse en su organismo (quedó inconciente durante unas horas), pero olvidó el detalle de cerrar la puerta con llave. Y he aquí, Joaquín luego de unos meses, preparando el segundo intento.
Buscó una sabana vieja. La anudó firmemente .Se subió a una silla. Traspasó la tela sobre la madera. Se la colocó en el cuello. Contó hasta diez y se largó.



Pasaron veinte lentos segundos. Abrió los ojos y allí estaba, igual de vivo que hace unas horas. Estaba colgado pero su respiración continuaba.
Es imposible describir todos los pensamientos que lo asechaban en ese momento. Estaba fuera de si, rogando para que este no sea otro intento fallido.
Golpearon la puerta, fue como si el aire y el tiempo se congelaran .Volvieron a golpear.
Como pudo se desato, se miró al espejo y tenia su cuello rojo, se puso una bufanda y abrió la puerta.
Era su madre que le traía un regalo de cumpleaños. Ella lo abrazaba y besaba, el contenía las lágrimas.
Implorándose a si mismo que el destino no lo castigue con un tercer intento vencido.

Ahora soy.

Una vez me invente un mundo así de falso como yo, donde los árboles estaban hechos de falacias y los hombres transpiraban hipocresía. Me creí que me importaba la gente e invente que ellos también sentían su sangre. Me fui creyendo benévolo, y así logré de cierta forma rara contener la repulsión, el desánimo, la violencia y las ganas no gratas. Me convertí en un tipo agradable, amistoso, sociable y con eso me fui manejando.

Pero si todos sabemos que las caretas son difíciles de sostener y es entonces cuando un día de esos, en los que falta un poco la motivación, o el esmero por querer ser; quizás el esfuerzo por encajar allí donde ni siquiera sabes si queres estar…o tal vez resurgen las ganas de mostrarte como sos y se pierde un poco el miedo a la aceptación, en ese momento justo…decís:

De llegar temprano me cansé, de dar el asiento y de esperar sentado también.
Comenzó a molestarme que me pidas la mitad de mi sándwich, que me mires excesivamente.
Tener que prestar y tener que agradar. Tener que sonreír.
Tener que hablar .Tener que hablar bien. Callarme y no poder insultar.
Me cansó escuchar tus boludeces y tus problemas existenciales, ¡boluda!.
No me gusta la gente en demasía. No me gusta gustar.
Me di cuenta que me desagradan la mayoría de mis amigos.
Ya lo dije pero igual : me aburre hablar. Ya no quiero hablar.
No te quiero consolar, porque sinceramente no me pongo en tu lugar.
No me gusta estar en familia. No me gusta compartir mucho con vos.
Ya no quiero aparentar, si me miran me da igual.
Me rió cuando buscas mi indulto, seguí refregandote por el piso : mi perdón nunca es de verdad.
Que mal me caen todos.
También tengo que admitir:
Me fascina que te equivoques. Me esmero por hacerte equivocar.
Me gusta tener las cosas que te faltan y hacértelas desear.
Me encanta mentirle a todos.
Simular simpatía cuando te veo y hablar a tus espaldas cuando volteas.
Lo mejor que me sale es rebajar.
No te quiero, yo me quiero.




Ahora soy. ¿Y qué?